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DISCURSO CRÍTICO

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T.L.: Discurso crítico: En tu artículo Entorno a Buenos Aires, una modernidad periférica dijiste: ¿Cómo hacemos que nuestro discurso tenga una audiencia social?. ¿Encontraste el modo de hacerlo?, ¿tienes hoy una audiencia social?, ¿quiénes integran esa audiencia? y ¿a partir de qué posición enuncias tu discurso crítico?

B.S.: Es difícil evaluar la relación que uno mantiene con una esfera pública y con la audiencia, con aquel nicho de audiencia que uno pudo haber encontrado en la esfera pública. Yo debería decir algo, quizás evidentemente superficial, pero que pertenece a la índole del problema que estamos tratando de abordar: yo tuve la fortuna de escribir un libro que repercutió muy fuertemente fuera del campo intelectual, que fue Escenas de la vida posmoderna. Y digo la fortuna porque eso es una casualidad. No son cualidades intrínsecas de ese libro las que la provocaron - y yo no soy quién para hablar de mis libros -, pero si dejamos de lado sus cualidades o defectos y vamos a lo que eso produjo ese libro, tuvo la fortuna de ir más allá y por tanto me aseguró un público que yo siempre había deseado pero que nunca había pensado que era posible tener: el de los que Gramsci llamaba repetidores sociales: grandes reproductores culturales, capas medias donde están presentes muchos profesores y maestros, que por su propia colocación en la sociedad tienen gran capacidad para retransmitir ideas y que, al mismo tiempo, por su propia colocación en la sociedad, necesitan de una relación dinámica con aquellas ideas que se producen en el campo intelectual y académico.

Una vez que uno llega allí esa suerte se proyecta sobre otras cosas que uno puede escribir. Esto vendría a ser la respuesta anecdótica a la pregunta, porque muchas veces uno puede tener teóricamente en la cabeza cuál puede ser su público, pero no llegar nunca a tocarlo. Saliendo de ésta, yo diría que siento una enorme insatisfacción de que la audiencia que pueda tener un intelectual sea sólamente la audiencia universitaria. Si bien estoy firmemente convencida de que la universidad es muy importante en la reproducción y en el trámite del conflicto intelectual, y si bien pienso que es allí donde se produce una zona importante de la transmisión de saberes y de la conflictividad de saberes, cualquier cosa que yo trasmita va a entrar en nuevas configuraciones de sentido, porque lo estoy trasmitiendo a gente que tiene otras experiencias históricas diferentes de las mías. Si bien siento que ese ámbito es verdaderamente importante, percibo que es insuficiente sobre todo si a la figura del intelectual se le vincula a un cierto peso en la esfera pública y no a una zona muy delimitada de ésta, como puede ser la esfera académica.

En este sentido mi idea de intervención en la esfera pública es poder trabajar al mismo tiempo en la universidad y en el conflicto de los saberes dentro de la academia y en los medios de comunicación. Diría que lo que más me excita es que a las dos de la tarde, de repente, yo sea extraída, expulsada, de lo que he estado escribiendo, de mis fichas en una biblioteca para intervenir en la prensa al día siguiente. Mi ideal sería poder combinar esas dos audiencias, es decir, la audiencia que dan los medios de comunicación y la audiencia académica.

Tengo de todas maneras conciencia, o creo tenerla, de que los medios de comunicación son un espacio que requiere de los intelectuales, pero que al mismo tiempo los limita en su participación. Hay algo que decía Tiniánov hablando de la poesía que a mí me parece verdaderamente extraordinario: la longitud es una forma. Si bien a mí puede fascinarme personalmente escribir tres mil palabras y publicarlas al día siguiente, tengo que entender perfectamente que la longitud, la brevedad de eso interviene muy fuertemente en la forma, en las ideas que pueden ser comunicadas. Lo peor que podría sucederle a cualquier intelectual, o por lo menos a mí, es creer realmente en el cortejo que los medios de comunicación hacen a los intelectuales. Mejor es mantener el principio de desconfianza, pero no el principio de retiro. No creo en marchar hacia el desierto para enfrentar las tentaciones de San Antonio. Se vive acá, se está metido en esto y por tanto la desconfianza es el principio fundamental, pero la coronación ética no es el retiro. Creo en los intelectuales mezclados en la vida. Hay una broma que se hace sobre Jean Paul Sartre que a mí me parece fascinante: le preguntan a una persona si conoce la prueba de la existencia de Dios por Jean Paul Sartre y la persona dice que no y el que pregunta dice: es facilísima: Dios no existe si Sartre dice que existe y Dios existe si Sartre dice que no existe. ¿Esto qué quiere decir? Bueno, que Sartre vivió inmerso en la lucha de su siglo de un modo que quizás provocó las peores de su equivocaciones, pero al mismo tiempo, sustraerse a la lucha del siglo me parece una posición monacal, completamente insostenible para un intelectual de la esfera de la modernidad