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IDENTIDAD

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T.L.: Identidad; hablando de identidad argentina decías en una entrevista que se trataría de una búsqueda. ¿Encontrarán argentinas y argentinos una sola identidad? ¿O hubo siempre múltiples identidades argentinas?

B.S.: Mi hipótesis es que la identidad nunca es un ladrillo inamovible, siempre tiene diferenciaciones. En el caso de la Argentina, y sobre todo en el caso de la Argentina atlántica, digamos, hubo una identidad que estaba formada, apoyada, a mi juicio, en la plena escolaridad, es decir, una escuela pública extremadamente eficiente que logró alfabetizar en un tiempo muy corto a los hijos de la inmigración desde el novecientos al veinte. Tulio Halperin Donghi dice que fue de una eficiencia japonesa, en el sentido de cumplir con su mandato. Y eso significaba uno de los puntos de orgullo de la Argentina respecto de lo que con cierto desaire el propio país decía del resto de Latinoamérica. Yo creo que este punto de orgullo era compartido básicamente por Uruguay, que tiene una misma configuración.

La identidad estaba formada entonces por la alfabetización casi completa, la extensión progresiva de los derechos políticos para los hombres el voto es universal, secreto y obligatorio desde 1912 y desde 1949 para las mujeres. El ejercicio de este derecho era lo que se encontraba como parte de la peculiaridad argentina, que había provocado el surgimiento de partidos políticos relativamente estabilizados como el Partido Radical desde la segunda década del siglo XX. El tercer componente de la identidad fue una progresiva extensión de los derechos sociales que florecieron en la década peronista, pero que venían extendiéndose desde antes. Aquí uno tiene que ubicar también el sindicalismo, cuando la Argentina era vista desde afuera: recuerdo frases que repetían brasileños y peruanos sobre el gran movimiento sindical argentino. Esto fue el corazón de la identidad argentina, no rasgos; si bien todos los pueblos fueron en general nacionalistas, el argentino no fue nacionalismo territorial, ni nacionalismo de bandera, sino que fue la idea de que era un pueblo con pleno empleo, con muchos derechos sociales, con derechos políticos que se ejercían efectivamente, pese a los golpes militares, y con una escuela que funcionó por lo menos de manera muy eficaz en la primera mitad del siglo XX. Si uno piensa en la identidad argentina en la primera mitad del siglo XX, tiene que pensar en esto, porque una identidad es un sistema de valores con el cual se identifican los ocupantes de un mismo espacio público.

Era, al mismo tiempo, una identidad que tenía rasgos de diferencial, que sirve para identificar y para diferenciarse del otro. El insoportable orgullo argentino de buena parte del siglo XX, execrable orgullo, tenía que ver con sentir estos rasgos diferenciales, es decir, pleno empleo de derechos políticos, sociales y escuela pública garantizada.

Por supuesto que había un sistema de diferencias identitarias, pero no diferencias dramáticas. Creo que la Argentina nunca tuvo identidades con guión, como se dice que son las identidades en Estados Unidos, es decir, ítalo-norteamericana, polaco-norteamericana, judío-norteamericana. Los que venimos de familias inmigrantes jamás nos pensaríamos como ítalo-argentinos, como hispano-argentinos; tampoco los judíos se piensan como judío-argentinos, son argentinos que son judíos, como se puede ser argentino que se es musulmán o argentino que se es católico, es decir, no hay identidades con guión, no hay fractura cultural.

Hoy la Argentina es un país con muy tenues posibilidades de construcción identificatoria, porque la construcción identificatoria tiene que ver siempre con valores marcados positivamente: me identifico como el más alfabetizado de América Latina, o me identifico como el que tiene más sindicatos que defienden sus intereses, o me identifico como aquél que puede tener derechos políticos. Pero todo esto es, en realidad, destruido, carcomido por la crisis; incluso los derechos políticos, no porque no se pueda votar, sino porque las opciones para el voto también están carcomidas por la crisis; entonces, la identidad tiende al estallido.

Ese estadillo identitario causado por la crisis se refuerza por el estallido identitario de la posmodernidad, que es un rasgo universal, donde todo el mundo empieza a buscar identidades más pequeñas que las de la nación. La posmodernidad tiene ese rasgo que uno lo ve en que en todos los países: se empieza a buscar identidades que son más pequeñas que las de la nación, se empieza a descubrir que uno tenía un abuelo que era Breton, o que venía de tal lugar de Italia y esto es un rasgo típicamente posmoderno: la fractura de identidades nacionales, la constitución de identidades instantáneas, la identidad basada en la banda de rock, en la banda del barrio, en el club de fútbol. Se empieza a fracturar la identidad moderna que es más compacta. La crisis que fractura la identidad argentina se ve reduplicada por la crisis identitaria que sucede en lo que llamamos posmodernidad.

T.L.: Tú observas en la juventud un individualismo pautado, una característica más bien reñida con la creatividad, con la innovatividad. ¿Cómo se explican expresiones de la cultura popular como el rock, el hip hop, los grafitos, las distintas formas tribales de la música pop, las creaciones de modas, las nuevas formas de hablar, los estilos de expresión corporal?

B.S.: Creo que ese es el continente de la cultura juvenil. La cultura juvenil que emergió como cultura nació en los cincuenta. Creo que el campanazo de la cultura juvenil se produce cuando Presley canta el rock de la cárcel - para ponerle una fecha y un día. Ahí se produce el campanazo y ahí la cultura juvenil se convierte en estilos, palabra que no era usada respecto de las culturas. Las culturas no se definían por estilos. La cultura juvenil se convierte en una configuración de estilos y me parece que es un fenómeno de los últimos cincuenta años y que casi en el momento de su emergencia el mercado se apodera de una manera espectacular de ella. Hubo una confluencia entre la emergencia de la cultura juvenil llamada así y un crecimiento desbordado del mercado de bienes simbólicos sobre todas las formas culturales.

El mercado de bienes simbólicos existió siempre en la modernidad; lo que es cualitativo desde los años cincuenta es la forma en que va copando las diferentes escenas y las diferentes esferas públicas. Ahí se produce una confluencia, un nuevo estilo que se identifica básicamente por edad y no por ideología, ni religión, ni sexo. Antes que eso los estilos se cortaban por otras matrices.

En un momento de la vida, entre tales años y tales otros, se participa de esa cultura y se queda marcado por esa cultura, por la cultura en la que se participó. Esa emergencia del continente de las culturas juveniles coincide con un crecimiento del mercado que ocupa todas las formas de producción, de distribución y de disfrute de la cultura. Si uno compara con lo que había sucedido unos poco años antes con el jazz, es muy evidente la diferencia de la forma: la relación que el jazz tiene en los años cuarenta y en los años cincuenta con el mercado es una relación problemática, no porque el jazz fuera rechazado por el mercado, ni porque el jazz rechazara al mercado, sino por que el mercado todavía no se había adueñado de todas las formas culturales. Hoy no puede salir una banda de hip hop que o triunfe o fracase en el mercado y se mantenga como una zona vinculada con el mercado, pero relativamente estabilizada e independiente en sus principios. Los Beatles fue una banda producida a partir de una banda original, es decir, vino un productor general que entró a tocar esa banda para producirla en lo que fue posiblemente la más genial música pop de la década del sesenta y la década del setenta. El jazz de entonces no era producido exactamente por el mercado; a veces el mercado pedía algo y ese jazz respondía o no respondía, no porque los miembros de esa comunidad musical no quisieran responder al mercado, sino porque no estaban todavía imbricados a la manera actual.

¿Existía mercado? Sin duda; RCA manejaba lo que se escuchaba por la radio norteamericana, pero había zonas que estaban como retazeando su pertenencia, no había un overlapping. Yo no sé si lo que pasa es bueno o malo; no quiero pronunciarme sobre la cuestión, lo que digo es que hemos llegado a un momento en donde la música popular es música producida, en donde se produce una banda, es decir, primero se eligen a las personas, se ve si compatibilizan con ciertos requerimientos del público, luego se los pone a hacer más o menos lo que hacen, sin un encuentro sobre la base de la música pop, rock, o lo que fuere; esto se ve todo el tiempo en bandas de MTV. ¿Qué quiero decir con esto? ¿El mercado existió siempre? Sí. ¿El mercado siempre tuvo una actitud voraz frente a otras formas culturales que estuvieran fuera de él? Sí. Lo que me parece que marca los últimos veinte o treinta años de las culturas de mercado y las culturas juveniles es que esto que existió siempre se sobreimprime, esas culturas están como sobreimpresas: con las necesidades del mercado y, por supuesto, produciendo también necesidades a su público.