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DISCURSO FILOSÓFICO Y REFORMA

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Nosotros tenemos un problema muy fuerte, y es que el discurso filosófico como tal, es un fenómeno linguístico-histórico que sólo se da en aquellos países que a comienzos de la modernidad hacen la revolución del discurso reflexivo en dirección a la construcción del discurso filosófico. Es decir, aquellos países que pasan por la experiencia de la reforma religiosa

Yo creo que reforma religiosa y construcción de un lenguaje, de un discurso filosófico que implica la destrucción de un discurso teológico, es algo que sólo se da en ciertos países de Europa: en Francia, Alemania e Inglaterra. El resto de los países, sobre todo los países mediterraneos, no disponen de un discurso filosófico, no fundan un discurso filosófico; transforman el discurso teológico, muchas veces muy radicalmente, pero no crean para su lengua un discurso filosófoco propio. Por ello traducir algo que está construído en dicho discurso filosófico a una lengua que no corresponde de un equivalente propio, resulta verdaderamente difícil, porque justamente implica lo que le pasa a Gaos: la necesidad de construír artificialmente un discurso que la lengua misma, el habla cotidiana no ha creado.

Entonces yo creo que es un fenómeno muy interesante porque nos habla, sobre todo, de que la posibilidad de reflexionar en la época moderna no siempre va por el discurso filosófico. Hay otras regiones culturales en las que la reflexión no es necesariamente filosófica y no por no ser filosófica tiene una jerarquía inferior a la filosófica. En este sentido resulta adecuado y al mismo tiempo obtuso lo que dice Heidegger respecto de que sólo el alemán es una lengua filosófica, o de que sólo los griegos y los alemanes pueden filosofar. Y ahí se muestra un provincianismo muy feo de Heidegger, ya que el problema que está planteando es un problema mucho más grande que un problema étnico, es el problema de la constitución del discurso filosófico y las razones de esa construcción; que la razón de la construcción del discurso filosófico es justamente la de destruír el discurso teológico, la de reencontrar la filosofía en el discurso filosófico, en el sentido anterior a la teología, a la deformación teológica del discurso filosófico, que es la del medioevo.

Este retorno al filosofar antiguo es un retorno que aparentemente se daría con Bacon, Descartes; pero que en verdad no se da. Podríamos decir que el discurso filosófico moderno es un discurso criptoteológico, es decir: Dios está guardado en un cofrecito y se le saca cada vez que es necesario, mientras tanto se hace como si no fuese necesario el concepto de Dios. En cambio en los países de sur, en los países mediterraneos, la idea de poder deshacerse del concepto de Dios está excluida. A los teóricos jesuítas, a los teóricos del Concilio de Trento, los teólogos españoles de mediados del siglo XVI, les parece algo absurdo, y lo que ellos hacen es más bien revolucionar el concepto de Dios.

Entonces son dos vías, y esto me parece a mi muy importante, sobre todo para nosotros -latinoamericanos- tener en cuenta. Hay dos vías muy diferentes de revolucionar el discurso para la modernidad: una es la construcción del discurso filosófico y otra es esta revolución dentro de la teología que tiene lugar en la teología española del siglo XVI, sobre todo con Luis de Molina. Nuestra tradición es una tradición latinoamericana que viene de un discurso reflexivo que está dentro de la teología, aunque ésta esté revolucionada, y eso será algo que nos va a acompañar durante toda nuestra historia. En nuestro discurso resuena permanentemente la constitución del discurso reflexivo como discurso teológico. Heidegger en ese sentido tiene razón, filosofar en serio implica disponer del discurso filosófico, y este desgraciadamente no lo hay en español. Por eso es tan vistoza y al mismo tiempo tan cuestionable la obra de Ortega y Gasset. Por eso es que también Heidegger, muy chovinista, puede decir cuando le preguntaron que creía de Ortega y Gasset como filósofo: ¿Ha visto usted algún torero aleman?