Springe direkt zu Inhalt

Trabajo: Transcripción

 

¿En qué teorías o escuelas de la investigación feminista se orientó en ese tiempo?

R. R. – A decir verdad, en ninguna. No había escuela y sólo había informes. No obstante, la investigación feminista se relacionaba con aquello que lentamente fue formando mi área de investigación: áreas como trabajo, estructuras del mercado laboral, relaciones laborales. Y tuvo también que ver con el resultado de mi tesis de doctorado sobre los sindicatos en México. Ahí las mujeres carecían de derechos. En las fábricas, ellas tenían que trabajar bajo condiciones laborales muy inhumanas. Tenían apenas posibilidades de ascenso y los sindicatos eran controlados exclusivamente por hombres y éstos no se preocupaban de ninguna manera por las demandas de las mujeres. El único ascenso posible y el cual se fue perfilando lentamente, era, por un lado, a través de la educación, lo que a su vez era una ventaja del sistema educativo mexicano que como la universidad, se creó también el bachillerato gratuito. También, ayudó a las mujeres, el aumento de empleos de tipo calificado en el sector de servicios. Entonces, la gran apertura con mejores posibilidades de ascenso, por lo menos para mujeres jóvenes bien instruidas, se dio en el sector terciario. Pero eso fue realmente el trabajo de los años 1970. Antes, solamente se podía ascender en el marco de las condiciones primarias del mercado laboral y de la organización social vinculada a éstas, es decir, a través de la representación de los sindicatos, relaciones laborales en las empresas y las leyes laborales en general.

 

A comienzos de los año 1980 se formaron grupos de trabajo en el LAI, como por ejemplo: “mujeres del tercer mundo”, en los cuales usted tuvo una participación determinante. ¿Qué motivaciones y objetivos perseguían estos grupos y cómo es que llegaron a transformarse en centro de información y ayuda para estudiantes de diferentes disciplinas, las que no sólo investigaron América Latina, sino también, otras regiones no europeas?

R. R. – Aquí tengo que empezar un poco desde el principio, pues la primera gran investigación empírica sobre la situación de mujeres en el proceso laboral, la realicé durante mi cátedra como profesora invitada en Brasil, de enero de 1979 a 1981, junto a mis alumnas. Esta investigación, irónicamente, fue enfocada hacia las mujeres, ya que en el fondo, se quería investigar sobre sindicatos, y sobre la representación de sindicatos para hombres y mujeres, y en la ciudad donde estaba trabajando –en Fortaleza, en el nordeste brasileño–, había muchas fábricas textiles grandes, lo que condujo a que en el sector industrial hubiera más mujeres que hombres, –porque en el sector textil y de confección son empleadas sobre todo mujeres–. Pero teníamos una dictadura aún y el rector me llamó y me dijo: –Por el amor de dios, Renate, nada con sindicatos, nada con derechos políticos. Luego, descubrió que había incluido las fábricas textiles y de confección, entonces me dijo: –Hombres no, mujeres sí. Entonces: Mujeres. Estas fábricas textiles y de confección eran consideradas inofensivas y, además, sea dicho de paso, se tenía que pedir la autorización del decano y del rector, si se quería llevar a cabo una investigación. Es decir, a través de ese veto, el que me prohibía estudiar sindicatos, fue que me quedé obligadamente en la línea “mujeres”.

En ese entonces, había ya grandes huelgas en el sur del país, en São Paulo. Y entonces hice una investigación empírica de dos años sobre la situación de las trabajadoras. Y cuando volví a Berlín escribí algunas cosas acerca de esas “castaneiras” –pues ese era el artículo de exportación más importante de ese estado federal: “las castañas”–, y del método como eran procesadas en la fábrica. De eso aún no se ha hecho ninguna clase. Nos encontrábamos los sábados aquí, la mayoría de las veces en este cuarto del LAI.

Y en el Instituto de Sociología, hubo por entonces un ciclo completo de mujeres de otros países: de Iraq, Irán, Corea, –en el fondo pocas de América Latina–, de África, Sudáfrica –que aún padecía el sistema de apartheid–. Y nuestro grupo era muy mezclado, incluía: etnología, psicología, filosofía, sociología, ciencias políticas. Y de ello se fueron desarrollando lentamente relaciones de trabajo y áreas temáticas. Y luego se escribieron las primeras tesis y consecuentemente los primeros trabajos de doctorado.

 

Ahora entremos en un tema que usted misma ya mencionó. En conexión con procesos de desarrollo, usted se ocupó de la función de los sindicatos. ¿Qué rol juegan los sindicatos como posibilidad de participación política para mujeres y por qué es tan difícil para las mujeres en América latina organizarse en sindicatos?

R. R. – Esto se ha mejorado un poco. Pero en los años 1970, no existían mujeres en posiciones directivas. Las mujeres eran secretarias y eran las amantes y esposas de los hombres. Pero en esa lucha por mejores sueldos y mejores condiciones de trabajo, la imagen del trabajador o empleado, salvo en el sector terciario, estuvo definida por lo masculino. La OIT –la oficina del trabajo en Ginebra– desde los años 1980 se ha esforzado valientemente (por lo demás a la OIT se le debe hacer un cumplido, que saliendo de la tradición europea fue la primera organización internacional que consideró fuertemente a las mujeres). Pero la OIT depende del trabajo en conjunto con los respectivos gobiernos. Por otra parte, tenemos que saber que las estadísticas que son publicadas algunas veces dan un cuadro demasiado positivo, porque estas estadísticas son publicadas por los ministerios del trabajo de los respectivos países. Estas son en su mayoría estadísticas manipuladas y la realidad puede verse distinta. Esas estadísticas se refieren casi siempre a los sectores modernizados, sea en el sector industrial como en el terciario. La gran área del trabajo informal queda fuera. Realmente fueron investigadores, como por ejemplo Douglas en Inglaterra y luego en los Estados Unidos, los que a finales de los años 1960 y comienzos de los 70, indicaron que la mayor fuerza laboral se ubicaba en este sector, antes en América Latina, y hoy, naturalmente, en los países asiáticos y sobre todo en África. Sin embargo, a decir verdad el sector informal es una perífrasis, es algo elegante, pues este sector no cabe en la legislación laboral moderna. Pero se puede comprobar que el sector informal también está muy estructurado. No es un caos, sino que obedece a leyes y reglas. Y una gran parte de las mujeres están ocupadas en el sector informal.  En América Latina el porcentaje de mujeres en el sector formal ha aumentado, sin embargo, la mayor parte sigue aún en el sector informal y en América Latina, las mujeres se encuentran sobre todo en el sector del trabajo doméstico, el cual, por lo demás, está protegido ahora un poco mejor. En Brasil, por ejemplo, está estipulado que a las empleadas domésticas se les tiene que pagar el salario mínimo, pero eso no ocurre a menudo, porque esto está muy poco controlado.

 

¿Y cuáles son las razones que dificultan a las mujeres, en relación a los hombres, para organizarse en sindicatos tanto en el sector informal como en el formal?

Bueno, tomemos primero el sector formal, pues todo depende del sector productivo al que nos referimos. En la experiencia occidental, tanto antes como ahora, las mujeres son deseadas en el sector industrial debido a su famosa destreza manual. Es lo que los historiadores sociales e historiadoras llaman “la continuación de la aptitud laboral femenina en el sector industrial”, es decir, su habilidad manual. Esto se da sobre todo en el sector textil y de confección, y también en algunos sectores como por ejemplo el del tabaco. Carmen, por ejemplo, era una representante de las liadoras de cigarros y cigarrillos, precisamente, de la aptitud laboral femenina. Estos sectores continuaron en la industrialización. Y se puede comprobar con investigaciones históricas, que para el primer periodo de industrialización había más trabajadoras industriales, en México, en Brasil y en Colombia. En la primera fase de industrialización, había industrias de alimentos, bebidas, textiles y de confección. Con el avance de la industrialización, con el montaje de otros sectores productivos, aumenta lentamente el porcentaje masculino. Y luego se formaron también obreros más calificados y con mejor formación. Las mujeres quedaron fuera. Este fue un desarrollo que también ocurrió en las países occidentales, en América Latina sucedió más rápido y en menos tiempo. Las mujeres conformaban lo que en Alemania se llamó “grupo de bajos ingresos”. Las mujeres eran empleadas relativamente jóvenes, con 14 o 15 años, o sea, con la escuela básica terminada. Se esperaba de ellas que acabaran sus estudios en algún momento, cuando se casaran o tuvieran el primer hijo, y cuando esto sucedía, venía entonces un nuevo lote de trabajadoras frescas.

La curva de abandono laboral es aún muy alta, como en la mitad de los años 1920. Y el reempleo, el cual abarcó un gran debate en Alemania en los años 1970, era rara vez posible, y si se daba, se tenía que empezar de nuevo en el nivel más bajo. El sector de los obreros calificados aún sigue siendo un dominio masculino cerrado. Pregunte en la Volkswagen en México, pero tambien en la Volkswagen de Wolfsburg, cuántas mujeres hay que tienen el estatus de obreras calificada.

 

¿Hasta qué punto piensa usted que el puesto de trabajo femenino sea algo que dificulta la organización sindical, o piensa también que precisamente lo que la dificulta son los intereses masculinos?

R. R. – El puesto de trabajo femenino es un sistema de mucha fluctuación. Y esto está realmente organizado desde la política de empleo, es decir, el aprovechar mujeres jóvenes mientras estén frescas y saludables y que además posean habilidad manual. Pero luego se les ordena –o se da como supuesto– ir de vuelta al hogar y la cocina. Como he dicho, esta ha sido también nuestra experiencia histórica. El problema para las mujeres latinoamericanas se presenta de manera distinta, debido a que la estructura familiar también es distinta. Y un porcentaje infinitamente más alto de mujeres, debido a esta estructura familiar, son forzadas a trabajar sin la posibilidad de decidir libremente. Y con esto llegamos al tema de las estructuras familiares.

 

Usted describe igualmente en sus textos que gran parte de los ingresos femeninos fluyen en la familia, mucho más que los de los hombres. ¿Qué trae esto consigo?

R. R. – Esto aparece aproximadamente en todos los estudios, pues las mujeres de la clase media lo que ganan lo invierten primeramente en la manutención de la familia. Nuestras trabajadoras en Fortaleza, el único lujo que se permitían al recibir el salario era los sábados cuando adquirían frente al portón de la fábrica, donde estaban los y las comerciantes ambulantes –nada de alcohol o prostitutas como en el caso de los hombres–, sino esmalte de uñas y lápices labiales y además un par de textiles baratos. Y este lujo se conseguía con lo más barato que había.

Muchas mujeres entonces ponen el dinero en el mantenimiento, o sea en la alimentación, en la educación de los niños. Aunado a esto, muy a menudo, ellas tienen que asumir la responsabilidad por los ancianos y enfermos, por la falta de seguridad social, mientras que los hombres –y este es un privilegio histórico– tienen la libertad, o sea el fútbol –la pasión nacional de los brasileños–. Para los hombres es un entretenimiento, por lo demás, bastante caro, si sacamos la cuenta entre alcohol y apuestas.

Sería muy fácil y obvio trabajar con cifras, porque una buena parte del ingreso masculino esta a disposición libre y las mujeres reciben sólo una parte de ese salario. Los hombres tienen condiciones de trabajo atroces y feas, pero su ventaja social, es tener precisamente esa libertad de acción social y económica. También la tienen los hombres pobres.

 

Usted habla en sus textos también de la invisibilidad del trabajo femenino. El trabajo doméstico es hasta hoy rara vez calificado socialmente como trabajo importante. Estrechamente vinculado a eso están la división en lo privado y lo público; en el trabajo doméstico y el remunerado; en el trabajo reproductivo y el productivo. ¿Cómo puede ser superada la atribución de lo privado a la mujer y qué papel juegan los movimientos sociales, especialmente el movimiento de mujeres?

R. R. – Son casi tres preguntas. Dije ya al inicio que con el comienzo de un nuevo movimiento de mujeres el trabajo doméstico era el gran tema. Eso trajo la adquisición intensificada de lavaplatos en los hogares académicos. Siempre ironicé que eso lo debía patrocinar la industria. Que el trabajo doméstico tiene que ser dividido y que hasta la fecha era considerado como privado y en ese sentido tampoco era visto como trabajo. Bien al comienzo cité irónicamente la canción de la campana: “el hombre sale a la vida hostil, mientras la servil mujer reina en el hogar”, –aunque vienen luego tres estrofas que describen a la mujer con trabajo realmente existente–. Eso no tocó la teoría económica que al mismo tiempo estaba naciendo. La economía no lo introdujo en su teoría, sino sólo como trabajo remunerado y lo interpretó como trabajo que achicaba el producto interno bruto. Por eso en los 1970 se dio la polémica y los ataques contra las teorías económicas marxista y liberal. Allí fue Marx menudamente desgreñado. Él era naturalmente un patriarca y tenía una empleada doméstica en casa. Del trabajo doméstico se desarrollaron todos los teoremas posibles, aunque como antes creo que uno de los resultados más importantes fue que el trabajo doméstico entretanto fue considerado trabajo, o por lo menos los hombres, mientras no estaban encantados haciendo trabajo doméstico, estaban participando en la compra de máquinas para aligerar el trabajo doméstico, o estaban dispuestos a ayudar.

Ahora perdí el hilo para el segundo complejo temático. ¿Me podría ayudar?

Feminización del trabajo 16

 

Exacto, a lo anterior volveremos más tarde. Usted utiliza el término “feminización del trabajo”. ¿Qué significa feminización del trabajo en América Latina? ¿Qué nos podemos imaginar concretamente?

R. R. – Bueno, es un concepto doble: “feminización de la pobreza” y “feminización del trabajo”. Esto significa que las mujeres tienen que aceptar esta doble sobrecarga de manera infinitamente más dramática, como lo fue en los países industrializados, luego de la Segunda Guerra Mundial. También significa que en casos muy contados hubiera una guardería para las mujeres de clase baja o trabajadoras. (En la legislación brasileña del año 1942 se introdujo que empresas con más de 30 trabajadoras, debían tener guarderías. Eso lo constaté 10 años después, pues nunca encontré una empresa que tuviera una guardería. La Volkswagen y otros consorcios multinacionales lo descubrieron y lo incorporaron después. Es decir, se adoptaban artículos que para las propias sindicalistas eran totalmente desconocidos).

Con “feminización del trabajo y de la pobreza” entonces se quiere hacer referencia a esa doble sobrecarga, es decir, el que se tenga entre 45 y 48 horas laborales a menudo bajo condiciones muy duras e insalubres, y luego, recibir un salario mínimo por ello (esto ocurrió por ejemplo en Brasil, a finales de los años 1970, cuando el salario era de 65 dólares mensuales, y aunque hoy el salario es más alto, sin embargo, la tasa de inflación también es mucho más alta), o que en el camino a casa, se tenga que comprar algunos alimentos –lo más barato posibles–, para luego llegar y tener la casa llena de gente anciana o con niños y además un marido o pareja ausente. Además, el tener que trabajar muchas veces bajo duras condiciones climáticas, por ejemplo, el lavar ropa es un trabajo duro, y el uniforme escolar tiene que estar planchado y almidonado diariamente, y la comida tiene que ser cocinada. Al trabajo de la calle se le agregan 3 o 4 horas de duro trabajo corporal, en la forma de trabajo doméstico.

Con relación a la ausencia de los hombres, en el sector agrario sucede a menudo que los hombres tienen que migrar a otras regiones para buscar trabajo. Los hombres al comienzo envían algo de dinero y luego no envían más. Y las mujeres se quedan a cargo de los hijos y los ancianos. Esta situación no implica ninguna decisión libre de trabajar. Esto sólo es posible para las mujeres de la clase media, aunque ahora, para ellas, debido a las relaciones económicas, también se ha vuelto necesario trabajar. Para las trabajadoras y mujeres del campo no es de ninguna manera el trabajo una elección libre. Esto parece ser natural y dado por dios y socialmente.