Investigación en tiempos de corona sobre gente sin casa en Santiago de Chile
Un artículo de Mauricio Lara (Junio 2020)
No hay duda de que las investigaciones en general se han visto alteradas por la pandemia, algunos más complicados que otros. Pienso en aquellas que deben realizarse desde lugares específicos, ya sea laboratorios, archivos, bibliotecas, etc., pero sin duda más aún en aquellas que se realizan desde países y ciudades que han sufrido mayormente las catástrofes sanitarias-sociales y donde las personas se han visto enormemente restringidas en sus movimientos, contactos y eventuales atenciones de salud. En mi caso, por suerte, pude realizar mi primer trabajo en terreno desde noviembre del 2019 hasta comienzos de febrero del año 2020 en Santiago de Chile en marco de mi investigación etnográfica en el doctorado en Antropología, por lo que tenía planeado al llegar a Berlín hacer las transcripciones, análisis, lecturas y escrituras, es decir, de alguna manera esperaba tener un tiempo de encierro relativo para trabajar todo el material que traía. A pesar de las cuarentenas y las restricciones de contactos, tuve la posibilidad de trabajar fluidamente, aunque siempre con la preocupación y desconcentración por la situación de muchas personas de Santiago, la de mi familia, amigxs y de los grupos con los cuales trabajé en el marco de mi investigación, los que entran recién ahora en los momentos más difíciles de la pandemia, en una Latinoamérica que es ahora el foco de propagación y el desastre.
Pero quisiera remarcar tres puntos que me parecieron interesantes en la relación entre mi investigación y la situación en torno al virus COVID-19 en Chile, en especial en Santiago (centro). En primer lugar, es que la pandemia se hace completamente atingente a la investigación antropológica urbana en cuanto hablamos justamente de contacto entre personas, de sus comportamientos en la ciudad, de las formas de concentrarse en el trabajar y en habitaciones, y los límites/segregaciones comunales o los cordones sanitarios que se ha desarrollado el gobierno. En segundo lugar, la pandemia ha mostrado más claro que nunca las problemáticas sociales latentes que ya habían tenido relevación en el estallido social, como la precariedad habitacional y laboral de miles de trabajadoras y trabajadores, el hambre/desnutrición crónica de poblaciones marginales urbanas, el endeudamiento (masivo también el endeudamiento por comida) y la precariedad y colapso crónico de la salud pública y del sistema de transporte. Es decir, la pandemia y el estallido social, donde la primera vino en cierta manera a interrumpir y complejizar al segundo, generó una continuación de las desprotecciones laborales y sociales, del empobrecimiento y endeudamiento, y las faltas de movilización y acceso a la ciudad para miles de santiaguinos. Y, en tercer lugar, el hecho de que se ha evidenciado un gobierno chileno liderado por Sebastián Piñera tan incompetente e ignorante frente a la realidad social urbana, de sus poblaciones, sus movimientos y concentraciones, que el pasado 28 de mayo el propio ministro de salud reconoció con respecto a Santiago que “no sabía que había tanta pobreza y hacinamiento” frente a un incremento explosivo de las tasas de contagio tras las confusas medidas optadas. Y es más, la forma en que el estado buscó tomar contacto con estas poblaciones marginadas, y que se aplicó también en todo Santiago, frente al estallido social y frente a la pandemia ha sido primera y principalmente una respuesta empresarial-policial-militar, ejemplificado en toques de queda (mientras otros países declaraban cuarentenas totales), que buscaron controlar, y esto es lo más importante, estrictamente la “domiciliación” de las personas y la desocupación del espacio público.
Con esto, y en lo referente a mi investigación, esta situación ha tenido importantes implicaciones para ciertas poblaciones y grupos sin hogar/sin casa de la ciudad de Santiago, lo que ha ido transformando mi investigación. Me refiero básicamente a la población “en situación de calle” (que involucra la gente que vive en calle y la que vive en servicios de hospedería o albergues según el concepto del Ministerio de Desarrollo Social), a los grupos “domiciliados” en situaciones precarias, conflictivas y/o violentas (situaciones de allegamiento, hacinamiento, violencia intrafamiliar o privación de libertad) y a lxs pobladorxs que se encuentran en una lucha ininterrumpida por lograr acceder a un terreno y viviendas. En cuanto a las personas que duermen en la calle tuvieron particulares complicaciones con las cuarentenas/toques de queda, con menor acceso a recursos y ayuda en un primer momento, donde sorprendentemente el gobierno llamaba a las personas en situación de calle “a volver a sus hogares” y presentaba el Plan Protege Calle COVID-19, un Plan que considera la apertura de ciertos albergues en algunas regiones del país, totalmente insuficiente y que no es más que un adelantamiento del Plan Invierno que anualmente se aplica. No obstante, esto se seguía haciendo en paralelo a una realidad donde cotidianamente ciertas municipalidades (Municipalidad de Santiago Centro en este caso) en compañía de las policías realizan erradicaciones o “limpiezas urbanas” de poblaciones que habita la calle y de los terrenos ocupados por pobladores. Pero el virus también repercute en la vida de los con techo, como la población en albergues u hoteles baratos, que encontraron acrecentados los riesgos de infección por las faltas de higiene de estos lugares, además de las dificultades de pagarlos (todos son pagados) en el sentido que la mayoría de la población que reside en estos lugares son obreros o trabajadores ambulantes que ganan al día o a la semana con contratos frágiles, que se vieron restringidos por las cuarentenas y toques de queda. Y también complicó a lxs pobladorxs, como mencionaba, en gran parte lideradxs por mujeres, que han visto complicadas sus luchas que generalmente son a través de acción directa y en la calle, de organización en asambleas locales y en reuniones con gente de la Municipalidad, del gobierno, y profesionales que los apoyan. Sin embargo, estos últimos han logrado adaptarse a la situación y han seguido desarrollando ayudas populares y organización virtual y en forma segura y restringida en la calle, por ejemplo, a través de la alimentación comunitaria (“ollas comunes”), práctica que empezó a reaparecer desde las revueltas populares del año pasado. El componente político que inunda este último grupo lo hace singular frente al resto de las poblaciones sin casa/hogar.
Pero un punto fundamental que principalmente llamó mi atención es que se sigue asumiendo que el domicilio o la vivienda es de por sí una finalidad y un espacio de protección. Se olvida que la razón justamente de las personas para haber salido de estas y haber llegado a la calle, o a los servicios o a vivir o allegarse con amigos, parejas y familiares, es justamente por problemas para mantenerla independientemente, su potencial hacinamiento y malas condiciones y los conflictos y violencias que se dan dentro de ciertos estos espacios domiciliares, los que son sufridos por hombres, mujeres y niñxs de distinta forma. El aumento de las denuncias de violencia intrafamiliar y la explosión de motines en cárceles por las precarias condiciones habitacionales tras las cuarentenas en Santiago son ilustrativos de este problema. Es más, es importante comprender que para muchas personas no se puede establecer una clara distinción entre lo domiciliar y lo no domiciliar-callejero en la medida que muchas personas que se encuentran en situación sin hogar y otros con hogares o habitaciones precarias, necesitan o deben constantemente salir de habitaciones y entrar a otras, transitar y movilizarse por la ciudad para trabajar o buscar donde dormir, o dormir un día con algún conocido y al otro día en otro lado, algunos haciéndolo de forma visible a los ojos nuestros y otros de forma más invisible. Pero lo anterior está determinado no sólo de su capital social y cultural, sino también de cómo las personas viven y representan sus identidades de sexo y género y cómo busquen en función de esto construir sus relaciones con lxs demás. Lamentablemente el movimiento y tránsito es invisible porque es perdida de vista por muchas políticas sociales e investigaciones, que no logran comprender pasos esporádicxs por diferentes espacios y categorías (persona en situación de calle, privado de libertad, allegado), y es por esto que justamente son estas las personas en las que he tratado de enfocarme en mi actual trabajo. Así, he podido observar que para muchas personas en inestabilidades económicas y con acceso restringido al mercado del trabajo y la vivienda, al negociar cotidianamente con las posibilidades disponibles muchas veces ven que la única posibilidad de salir de la calle es entrar en relaciones de dependencia y a veces de dominación y/o precarización, lo que finalmente hace mirar con crítica la idea de asegurar de por sí que la población domiciliada está mejor que otras poblaciones callejeras, aunque en general haya momentos de descanso al no haber preocupación diaria por tener un techo sobre la cabeza.
Por último y con respecto a un eventual segundo trabajo en terreno, las posibilidades parecen más confusas, en la medida que nadie tiene claridad cuando estará normalizada la situación en Chile como para viajar, por ahora queda la posibilidad de la comunicación virtual, seguir las noticias y otros medios y esperar la pronta posibilidad de ir y reencontrarse.
Sobre el autor: Mauricio Lara es Licenciado en Historia de la Universidad Católica de Chile, Magister en Antropología en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y actual estudiante de doctorado de Antropología Cultural y Social en el Instituto Latinoamericano de la Freie Universität Berlin