Es un género que me gusta muchísimo, al que no valoro musicalmente, sino a través de las valoraciones ajenas, porque lo tengo tan cercano que no intentaría ninguna formulación estética ni lo condenaría, desde luego, como un adorno que se lanza contra el Jazz, al lado de merecer las felicitaciones de Goebbels, ni lo exaltaría mecánicamente puesto que para mí es un método para imaginarme o concebir lo cotidiano. En América Latina estamos absolutamente normados por el melodrama y el bolero es el desprendimiento melódico verbal que le permite al melodrama sintetizarse, concebir una relación que dura tres minutos - el tiempo del bolero - y que a partir de ahí se convierte en fantasía, en ilusión amorosa, en resentimiento, al que va también toda la pérdida. Al día escucho en algún momento boleros, tengo una colección no se si apreciable, pero por lo menos voluminosa y al día también voy recordando escenas en donde el bolero ha marcado la vida; mi vida real no está marcada por el bolero pero mi vida ideal sí, y como mi vida ideal es la que procuro a dirario entonces el bolero es importantísimo. No en la versiones de Luis Miguel.