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VIOLENCIA POLÍTICA

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Actualmente trabajas sobre la violencia política como derecho a la resistencia o a la defensa del ciudadano en el siglo de 1852 a 1890 en Buenos Aires. ¿Cuáles son tus intereses en esa categoría?

Bueno, la violencia para mí siempre tiene que ver con mi historia personal, yo me crié, y por mis orientaciones ideológicas y por el momento en que me tocó vivir, soy parte de esa generación que creyó mucho en la violencia como partera de la historia, como instrumento político. En el caso de la Argentina, yo tenía claras simpatías por los movimientos guerrilleros en su momento; no sólo simpatías, sino que estaba cerca políticamente de esos movimientos. Entendía que la violencia era necesaria en la década del 70 para presionar al gobierno dictatorial, y entendía o justificaba la violencia que yo llamaba desde abajo, por la violencia ejercida desde arriba, como si se pudiera autoexplicar una actitud de utilización de medios violentos en la lucha política a partir de la existencia de un Estado o de un gobierno de facto que usa esos mismos elementos, esa misma violencia, para reprimir. Esa posición no la tengo más, obviamente, hace muchos años, después de lo que pasó en Argentina con la represión, que fue violencia desde arriba. Creo que a muchos de nosotros nos llevó a reflexionar en cómo funciona la violencia y cómo una sociedad violenta plantea problemas realmente serios para la supervivencia. Todo el proceso de represión en Argentina llevó también a una agudización de algunos de los rasgos característicos de cualquier movimiento armado revolucionario. Las guerrillas no sólo fueron destruidas desde arriba por una represión feroz, sino que también se autodestruyeron a partir de mecanismos internos muy perversos, de autoritarismo dentro de los movimientos guerrilleros, de violencia ejercida entre militantes, por la dirigencia, en fin, cosas que están yo creo inscritas en la lógica de organizaciones de tipo militar, sean estas de derecha, de izquierda, de centro, estatales o no estatales; la organización militar con el uso de violencia, etc., genera relaciones de autoritarismo y de dominio de uno sobre el otro. Exige disciplinas, exige una serie de cosas que eliminan la libertad, anulan la posibilidad de actuar libremente. Desde ese punto de vista me inclino por una posición del estilo de lo que plantea Hannah Arendt cuando sostiene o entiende a la violencia como que empieza cuando termina la política. O sea, que la política es precisamente el espacio de la negociación, el espacio del diálogo, el espacio de la construcción, y cuando entra la violencia entonces entramos en otro terreno. Esta es una posición mía normativa, valorativa, si se quiere y que tiene que ver con lo que me gustaría fuera el mundo, que no es, pero bueno. Sin embargo, no es que esto me lleve a una posición antiviolenta sin más, porque atendiendo al proceso histórico en nuestro mundo, pienso que muchas veces las formas de violencia reactiva o espontánea que han tenido un lugar importante en la historia occidental pueden ser legítimas y pueden generar situaciones nuevas; a lo que me opongo claramente, es a la violencia como principio organizador de una vida política, institucionalizado, programado a la violencia como parte de una acción política. A la violencia instrumental si se quiere, no a la violencia espontánea que tiene otra lógica y que tiene que ver con situaciones a veces de enfrentamiento que se dan, o de levantamiento de grupos sociales, o lo que sea. Eso tiene una dinámica y en cada caso requiere su análisis, pero sí contra la violencia instrumental, contra la violencia como instrumento de la política. Esta racionalización, esa especie de rechazo que siento por el elemento violento, por la violencia en general, me impidieron analizar el tema de la violencia en el período que a mí me interesaba o que yo estaba estudiando. Entonces estaba estudiando la política en la manera en que yo la entendía, y todos los elementos que tenían que ver con la violencia, salvo aquellos muy ritualizados, como las elecciones, no entraban en mi panorama. Los miraba, los veía, y decía: esto es otra cosa. Y creo que lo que ahora estoy haciendo es tratando de ver en qué medida no es otra cosa, en qué medida en el siglo XIX había una concepción de la política que incluía una dimensión violenta. Y que a esa dimensión violenta la tengo que analizar, me guste o no me guste, me produzca rechazo o atracción, o sueños malos a la noche, pesadillas, me parece que tengo que verla porque era claramente una dimensión absolutamente fundamental de la vida política del siglo XIX. De la política, no como la concibo yo en mi mundo deseable como algo que está separado de la política, sino como parte integrante de la vida política. Y eso es lo que me ha llevado a preguntarme sobre la violencia quizás de una manera que pocas veces he visto hacer, que es preguntarme ¿Por qué la gente usa violencia? Generalmente se dice: "se pelearon, hubo tal conflicto, y después se agarraron a los tiros". No: ¿Por qué se agarraron a los tiros? ¿Era necesario agarrarse a los tiros? ¿Qué es lo que lleva a alguien a agarrarse a los tiros con alguien? A la pregunta más, si se quiere, desnuda sobre el uso de un elemento material para producir daño en el cuerpo ajeno, que es la definición más escrita de violencia.